El viento que alzaban los autos al pasar,
le movía el abundante pelo con violencia. Pasaban tan peligrosamente cerca que
podía oler el caucho quemado de las ruedas y escuchar en el interior sus confusas
conversaciones. Sin importar el riesgo que significaba estar ahí, dejó que la
rabia, la pena y la impotencia tomaran las riendas de su cuerpo y avivaran su
fuerza. Cogió a su compañero inerte en el asfalto para arrastrarlo a un lado
del camino. No quería que un nuevo carro endemoniado pasara sobre él y no
quedara nada. Tiró y tiró sintiendo crecer un llanto silencioso en medio de su
pecho, un dolor que superaba el hambre constante. Una vez a orillas de la
calzada y fuera de la rutina apurada de los humanos, el can comenzó a aullar desconsolado.
jueves, 25 de abril de 2013
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1 comentario:
Muy visual este texto...
Besitos guapa!
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