Mi humilde aporte en letras en honor a dos fechas importantes: el Día del Planeta y el Día del Libro.
Año
2080 d. c
En
algún lugar del mundo.
El
color verde se extinguió. Y está bien, porque todo en este planeta cumple un
ciclo, dijo un político de engominado peinado
en el noticiero de las nueve de la noche. El joven Nicolás, al escucharlo,
frunció su ceño al repetir las palabras en su mente. Todo en este planeta cumple un ciclo… ¿Los colores también?, se
preguntó. No podía concebir aquello, ¿Cómo
podía ser posible? Se suponía que los colores eran eternos, como las texturas,
los aromas, los sabores. No puede extinguirse una cualidad activada por uno de
los sentidos humanos. Hacía cincuenta años atrás que el color azul había
desaparecido y ahora pasaba lo mismo con el verde. No. El chico negó vigorosamente
con la cabeza. No podía ser. El color debe vivir por siempre.
Año tras año, la Tierra fue secándose y demacrándose
como el rostro de un anciano. Nuevas arrugas surcaban su piel generándose
repentinas depresiones de rocas, barrancos y abismos profundos que se tragaban
hasta los más valientes que se disponían a cruzarlos. En lo alto colgaba un sol
de rojo rabioso y el viento no era más que vaho caliente y pegajoso. La vegetación
había muerto totalmente como consecuencia a la ausencia de la lluvia, polinización
y piras infernales que quemaban todo a su paso. El verde natural se había ido
al carajo. Fastidiado, Nicolás se levantó de su sofá para caminar hacia la cocina
y beber un vaso de agua desde una botella que consiguió por contrabando. Estaba
tibia. Tomó sólo dos sorbos que disfrutó como el mejor de los manjares. El agua
estaba al precio de cien gramos de oro por litro y ya era privilegio exclusivo
de los ricos.
Cuando el azul dejó de verse en el cielo
debido a la excesiva contaminación del mundo, el mar dejó de tener color también
convirtiéndose en un líquido gris y sin gracia. Nicolás nunca supo cómo fue en
verdad ese mar del que tanto se referían los libros. En su infancia, sus padres
trataban de describirle el océano como una inmensidad acuática impresionante,
con oleaje vivo y furioso azotando las costas, esparciendo su brisa como aliento
fresco entre los cabellos, sin embargo no podía imaginarlo a menos que viera
imágenes digitales al respecto. Para él, el mar era un charco patético que se
movía con la oleosidad de un barril de petróleo y mierda.
Nadie recordaba ya el azul natural, nadie
recordaba esa tonalidad que llamaba a la elegancia y a la belleza. Fue así como
década a década, el azul y el verde en los ojos de la gente fueron perdiéndose
entre las generaciones al punto de que las córneas sólo variaban entre el
negro, el gris, el marrón e incluso el rojo. Miradas uniformadas. Nicolás había
aprendido a vivir con miedo debido a ello y prefería desplazarse entre las
sombras. El día de su nacimiento, el 22 de abril del 2055, se provocó un
alboroto en la sala de parto que no dejó a nadie indiferente. Aquella mañana se
corrió la voz de que había nacido un niño con los ojos del color extinguido y por
supuesto, obtuvo una atención demandante, casi peligrosa.
-Debe quedarse unos días para unos cuantos estudios-
dijo un médico a los nuevos padres- Es impresionante esta característica en un
niño luego de tanto tiempo. Absolutamente impresionante.- Daniel, padre de
Nicolás, tuvo una horrible corazonada. El mercado negro y el tráfico de todo lo
que las almas inescrupulosas pudieran obtener a cambio, estaba en cada esquina,
en cada nivel socioeconómico. La sonrisa de medio lado del facultativo y la luz
de codicia que brotaba de su semblante le pellizcó la desconfianza, si no hacía
algo tratarían a su único hijo como un maldito conejillo de Indias o lo
expondrían cual fenómeno de circo. Impulsado por el terror, Daniel sorteó la
seguridad del hospital durante la noche sacando al pequeño y a su esposa por un
callejón, donde un amigo taxista los esperaba. Los guardias, al dar cuenta de
la violación al inmueble, salieron en su caza disparando a diestra y siniestra
como ciegos vaqueros.
-¡Isaac, acelera!- le ordenó al conductor,
quien con destreza, se dirigió hacia la avenida principal perdiéndose entre los
demás vehículos.
Desde el primer día Nicolás tuvo que
esconder sus ojos tras lentes de contacto negros como los ojos de su madre,
mientras que por todas partes se buscaba a cualquier precio la criatura con
ojos de agua y cielo limpios. Ya estaba acostumbrado, y a pesar de que existían
miles de formas de cambiar su color mediante los avances médicos, fueron sus
padres antes de morir los que le hicieron prometer que no lo hiciera jamás. En su
mirada vivía una coloración perdida que llamaba a la esperanza. Él era una
ventana a la esperanza. Una lágrima rodó por su mejilla al recordar ese momento.
La manoteó con cierto hastío. Hacía dos años que no lloraba y a esas alturas le
parecía una bobería innecesaria del cuerpo humano.
-Feliz cumpleaños para mí- se dijo, buscando
ropa para salir a trabajar. Como había hecho su acto de rutina, tomó la caja de
los lentes de contacto, la abrió y se colocó uno a uno casi sin cuidado. La parada
del autobús quedaba a sólo un par de calles de su apartamento pero aquella
mañana prefirió caminar.
El aire estaba irrespirable. Nicolás tuvo
que llevarse el antebrazo a la boca y nariz para poder minimizar el olor a
desechos. La basura ya no tenía espacio y todo quedaba desperdigado por las
veredas. Dio vuelta en una esquina hacia la avenida cuando tres tipos con
cotona blanca en dirección contraria chocaron con él. Ninguno le pidió
disculpas y siguieron su carrera histérica discutiendo entre ellos. Hay que encontrarla, no puede estar muy
lejos. El joven reanudó su paso algo extrañado, reparó que no sólo ellos
estaban buscando algo sino que varias personas corrían de aquí para allá con la
misma ansia. Azotado por la sugestión, Nicolás comenzó a caminar mucho más
rápido hasta correr hacia un callejón y albergarse bajo unas escaleras. No entendía
qué estaba sucediendo pero prefirió tomar precauciones.
-No nos hagas daño, por favor- una voz
femenina a sus espaldas lo hizo sobresaltarse. Entre unas cajas de cartón amontonadas
una sobre la otra, Nicolás vio a una joven asustada con un bulto en su regazo. El
muchacho no supo qué hacer más que mover la cabeza como señal compasiva.- No
digas que estamos aquí o se llevarán a mi hija lejos de mí.- aquellas palabras
provocaron en ella un nuevo llanto. Nicolás miró bien el bulto y distinguió el diminuto
rostro entre las cobijas.
-Es a ti a quien están buscando…- fue lo
único que se le ocurrió decir- ¿Por qué?
-Escapé del hospital. Esta madrugada di a
luz y…- no pudo continuar. Atrajo al bebé con más fuerza hacia su pecho y
sudaba por el dolor físico. Nicolás notó que la chica temblaba y necesitaba de
atención. No podía dejarla ahí a su suerte. Sacó su celular y llamó al viejo
amigo de sus padres para trasladarse en taxi de regreso al apartamento. Le
pidió a la chica que confiara en él, que sólo quería ayudarla. Luego de un
rato, ella accedió obligada por el dolor y hambre que la atosigaban. Isaac
llegó con el vehículo a los pocos minutos, ambos abordaron y emprendieron rumbo
hacia el edificio. Al avanzar por las primeras calles, Nicolás vio que una
pareja de policías detenía el tráfico terrestre e inspeccionaba el interior de
las cabinas.
-¿Acaso este cacharro no puede volar?- le exigió
al viejo con cierta molestia. Éste lo miró, impávido.
-Sí, este cacharro vuela, pero como la
mierda- dijo el conductor y accionó una palanca que resonó como metal oxidado. Salió
de la fila elevándose hacia el tráfico aéreo de la ciudad. La pareja de
policías advirtió la acción evasiva y montaron sus motos para volar como
avispas tras ellos. Sus sirenas rompieron la monotonía– Sujétense – ordenó Isaac,
girando el volante con habilidad. Esquivaba los demás vehículos tan fácilmente
que Nicolás agradeció los años de experiencia de aquel viejo taxista. La policía
los siguió muy de cerca en algunos momentos. El taxi escupía humo negro de su
tubo de escape y de repente tosía uno que otro tornillo. En una intersección,
un semáforo cambiaba de amarillo a rojo e Isaac aumentó la velocidad y la
altura, sin embargo, la capacidad gravitacional fallaba volviendo la máquina
algo pesada. Nicolás, como acto instintivo, abrazó a la joven a su lado para
protegerla y cerró los ojos. El vehículo alcanzó a elevarse unos centímetros
por sobre la fila de vehículos que cruzaban velozmente. Al lograr escapar, estacionaron frente al
edificio y Nicolás le agradeció al viejo palmoteando su espalda– Esto parece
una escena vivida hace veinticinco años con tus padres. – comentó. El joven le
sonrió con cierta nostalgia.
Dentro de su apartamento, Nicolás le dio de
comer y beber a la muchacha, quien era incapaz de soltar a su bebé. Él entendió
y no insistió en que la recostara en la habitación. Aquella chica lo llenaba de
curiosidad y a la vez de confianza. ¿Por qué había huido del hospital? ¿Por qué
creía que le quitarían a su hija? Tuvo la idea fugaz de que quizás su historia
estaba repitiéndose. El estómago se le contrajo con fuerza.
-¿Por qué me miras así?- le preguntó la
chica después de un breve silencio.
-Parece un deja vú todo esto- respondió
Nicolás tomando asiento frente a ella.- Mi madre también escapó del hospital
luego de tenerme. Eso me contaron. - la muchacha agudizó más la vista hacia sus
ojos y Nicolás bajó la mirada de inmediato. Ella sonrió.
-No
te preocupes, no le diré a nadie, te lo prometo… - se apuró en decir al verlo
incómodo y atemorizado. Su hija se removió entre sus brazos despertando
ligeramente de su sueño. Abrió sus ojitos y con cuidado la muchacha se los
enseñó a Nicolás- … Si también tú me prometes no decir nada- para el asombro absoluto
del muchacho, la bebé también era especial como él, había nacido una nueva
ventana a la esperanza; pero no por el azul perdido en sus córneas, sino por el
hermoso color de la vegetación que alguna vez pobló el planeta… un verde
maravilloso y tristemente extinguido.
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