Después de haber luchado por tanto
tiempo, la joven se echó a llorar desgarradamente. Fue como transitar por
calles desiertas, sin direcciones ni señales, sin algo concreto, mundano o
realista que le plantara los pies sobre la tierra más allá de sus propios
ideales. Creer en algo resultaba sencillo, mantenerlo era lo realmente
complicado y eso la flagelaba dejando sus pensamientos en carne viva. Aún así,
ella porfiaba, perseveraba, rescribía el destino a puño y letra de su
convicción, sin importarle reprimendas o estúpidas descalificaciones.
En la frialdad de su celda, podía sentir
el sabor fuerte y metálico de la sangre en su garganta, recordándole
severamente lo que significaba estar viva, gozando de una nueva bocanada de
aire en sus pulmones, de un nuevo latido en su apasionado corazón. La humedad
le masticaba los huesos creyendo que ésa era su verdadera enemiga. Temblaba con
violencia, maldecía a regañadientes, sentía la viscosidad de los fluidos de sus
opresores entre las piernas luego de una terrible sesión de sometimiento. Sin
embargo, no gritó. Ni siquiera supo cuánto tiempo jugaron con ella como si
fuese una muñeca de trapo, manoseándola, penetrándola, rezándole palabras
indecorosas al oído hiriendo más que los mismos golpes en su rostro. Pudo
mantener los ojos abiertos, irreverentes, valientes, hasta burlones… y aquello
logró ofenderlos directamente, sin tener la necesidad de abrir su boca.
La muchacha, sonriendo de manera frívola,
recordó que aquel mismo día era su vigésimo octavo cumpleaños. Una broma del
destino tan cruel que ya ni la palabra tenía sentido en su mente. Se felicitó a
sí misma en silencio, recordando años anteriores con igual melancolía que una
anciana. A sus ojos, parecía que había pasado muchísimo tiempo y no se había
detenido a apreciar la belleza de lo cotidiano por buscar lo extraordinario. De
pronto, el sonido oxidado de la puerta la sobresaltó. Tenía los ojos vendados,
por lo que movía su cabeza despacio en dirección a los ruidos cercanos. El
pánico la abrigó pero no se permitió demostrarlo. Venían a buscarla, quizás
para una nueva sesión de martirio con el fin de que revelara lo que querían
saber: “¿Dónde están tus amigas feministas?, ¡Dinos o seguiremos aquí toda la
noche si es necesario!”, escupían esos malnacidos, manteniéndose ella con los
labios sellados. Sin embargo, ya no tenía la fuerza para soportarlo de nuevo,
no podía, no quería… la sangre que brotaba de sus labios, de su nariz, de su
vagina, teñía de rojo el piso mugriento quitándole las energías, por lo tanto,
oír los pasos secos de un uniformado sólo consiguió que gimiera cansada.
-
No… por favor… - dijo con su voz herida al
sentir unas manos quitándole el vendaje y tratando de incorporarla.
-
Tranquila- susurró alguien, limpiándole un poco
la suciedad del rostro con su mano- voy a sacarte de aquí.
Aquello fue muy confuso. La muchacha
creyó haber oído mal, creyó estar agonizando y delirando como los moribundos.
Completamente lánguida, el desconocido la obligó a posar uno de sus brazos
alrededor del cuello para apoyarse en él y caminar, pero al ver que una línea
de sangre seguía cayéndole por las piernas y que las rodillas no lograban
sostenerle el peso, optó por cargarla. La fetidez del lugar era asquerosa.
Muchos de los retenidos allí, torturados y atormentados, defecaban del miedo y
la pestilencia impregnaba el ambiente. Ese lugar parecía un verdadero infierno.
La palidez y el decaimiento de la
cautiva, hizo que el extraño apurara sus pasos. Cada gota de saliva
sanguinolenta que caía por esos labios, le soplaba al oído que no debía perder
tiempo. Sí… sus compañeros se habían excedido y su corazón se ahogó en
pesadumbre. Estaba tan condenado como ellos al permitir que la torturaran así.
Con suma cautela, miró por los funestos pasillos para advertir la presencia de
alguien antes de salir de la celda pero no divisó a nadie. El jadeo que se oía
de la prisionera, constante y sutil, alarmaron al uniformado y trató de
mantenerla consciente.
-
¿Cómo te llamas?- la chica abrió su boca pero
tardó en responder.
-
Ivania… - dijo como violín desafinado- Ivania… Nápravník.
-
Lindo nombre, Ivania-
respondió el hombre, apartándole el cabello del rostro con dificultad.
-
Debo llegar a Praga-
musitó ella- Mirka… ¿Dónde está Mirka?
-
Descuida, te llevaré
con tus amigas. Ahora debes mantenerte despierta, ¿de acuerdo?
Acomodándola
entre sus brazos, comenzó a correr por las sombras para no ser descubierto.
Podía oír las risas de algunos hijos de perra que jugaban naipes y otros
platicando con un cigarrillo cerca de las otras celdas. Ese edificio no era más
que un matadero de la fuerza corrupta que envenenaba la ciudad, haciendo
justicia por su propia mano nauseabunda. Un grupo de hombres que se creía
superior al resto de los ciudadanos y dictaban sus propias leyes con impunidad.
Ese año de
1920, la carne fresca resultaba ser el clan subversivo de mujeres en busca de
su derecho a sufragio. Sobre todo Ivania Nápravník, la cabecilla del movimiento
y una subversiva ante la autoridad. Él sabía quien era ella, la conocía, sabía
de su fortaleza y del poder de sus convicciones. Una rebelde detestada por los
conservadores y deseada infinitamente por los machistas para doblegarla con
dureza. Muchos de ellos estaban en contra de sus exigencias, pensaban que una
mujer no tenía la capacidad intelectual ni el derecho civil de intervenir en un
proceso tan importante como el político. Sus
deberes son el hogar y los hijos, determinaban sin siquiera escucharlas.
En las afueras
del primer patio, un automóvil Ford esperaba al uniformado estacionado en la
penumbra. Descendió un par de escaleras angostas y retorcidas para luego sentir
la brisa nocturna como una bofetada de cordura. El policía abrió la portezuela
del copiloto y depositó allí a Ivania con sumo cuidado. Cerró despacio, rodeó
el vehículo y el grito de alguien indiscreto lo delató.
-
¿Qué crees que estás
haciendo?- vociferó uno de sus compañeros, éste pero no le hizo caso. Abordó el
camión girando la llave con rapidez. El motor rugió ahogado sin dar partida
inmediata.
-
Maldita sea- dijo el
joven insistiendo.
Por todo el
recinto se escuchaban los gritos de los opresores para dar aviso de un traidor.
Desde los ventanucos del tercer piso, numerosas armas apuntaban hacia el patio
escampado. Cuando ya habían cargado y apoyado la culata en sus hombros, el auto
gruñó con la garganta despejada y las ruedas patinaron en el fango antes de
avanzar en su frenética huida. Las balas disparadas aterrizaron en la tierra,
otras por el costado pero sin hacer mella alguna. En el portón principal, tres hombres
se apostaron frente a él apuntando al fugitivo como soldados alemanes de
fusilamiento. Al muchacho no le importó, recorrió el terreno a gran velocidad y
a pocos metros de la salida, presionó el pedal a fondo atropellando a dos de
ellos y atravesando el portón como si fuese una cortina de humo…
Ivania tuvo un
sueño hermoso. Centenares de mujeres celebrando en las calles, abrazándose
entre carcajadas, orgullosas de su condición y agradecidas con la vida… lo
habían conseguido, habían logrado dar su opinión ante un gobierno activo y
tomadas en cuenta, habían logrado reducir la diferencia entre amar y servir,
que muchas veces confundía a los machos en casa. Entre la multitud, la joven
veía un rostro franco, de fresca sonrisa
y ojos transparentes. Ella corría hacia él para encerrarlo en un abrazo
lacerante, de esos que depende la vida, que traducen todo sin palabras.
Con su vista
ligeramente borrosa, reparó que estaba en una habitación blanca, bien iluminada
y perfumada a medicamentos. Oía a distancia las carreras de las enfermeras como
una música regocijante. La suavidad de la cama en la que estaba acostada,
abrazaba su cuerpo después de todo el castigo que había resistido. Una voz
grave llegaba a sus oídos, una voz placentera hablando algo que no lograba
entender muy bien. Alzó un poco la cabeza para ver de quién se trataba pero
parecía que un velo turbio le nublaba la vista. Era un hombre, de eso estaba
segura, y luego de mirarla unos segundos se fue sin decir nada más.
-
¿Dónde estoy?-
preguntó Ivania con la voz aún rasgada.
-
Tranquila, niña… estás
en el hospital de la ciudad- dijo una de las enfermeras.
-
¿Qué sucedió?
-
Has aguantado un buen
castigo, de eso no hay duda.
-
¿Cómo llegué hasta
aquí?
-
Un policía te trajo…
acaba de irse.
-
Debo hablar con él…
agradecerle…- la muchacha trató de incorporarse pero la interna la detuvo.
-
Ya se fue, niña.
Tienes que descansar.
Con el
agotamiento de haber de corrido miles de kilómetros, Ivania volvió a posar su
cabeza en la almohada. Lentamente, imágenes de esa noche comenzaron a llegar
como un letargo a su recuerdo. Un cuarto lóbrego, iluminado sólo por una
desnuda bombilla colgando del techo como un ahorcado, hombres uniformados,
riendo, bromeando entre ellos mientras que la golpeaban en el rostro, atada a
una silla con el cuerpo totalmente descubierto. Un frío intenso lamía su piel
provocando que un estremecimiento la sacudiera con fuerza… ¿Cómo fue que llegó
hasta allí? Trató de hacer memoria, trató de precisar el momento en que
estúpidamente dejó que la atraparan hasta que dio en el clavo. Mirka le había
advertido, su mejor amiga le había aconsejado quedarse en el cuartel de reunión
esa noche pero no obedeció. Luego de una larga tarde de debates y estadísticas,
Ivania caminaba por las calles desiertas de Praga en dirección a su hogar.
Después de algunas cuadras, el motor de un vehículo a sus espaldas y las luces
de unos focos sobre ella la hicieron detenerse. Desde el interior descendieron
unos hombres que la cogieron por los brazos luego de cubrir su cabeza con una
inmunda capucha negra, sin darle tiempo de escapar. No importaron los golpes ni
las patadas que propinaba ciegamente, esos desconocidos eran mucho más
fornidos.
-
¿Dónde están tus
amigas feministas?- le preguntaban dentro de ese cuarto.
-
No lo sé- respondía
ella con terquedad. Una bofetada salvaje le cruzó la cara.
-
¿¡Dónde están!?
-
No lo sé- repitió bajo
el mismo tono sosegado. Otra bofetada más que, a diferencia de la anterior, la
hizo caer con la silla al suelo.
-
¿Crees que estamos
cansados? Podemos seguir así toda la noche- Ivania, a pesar de la herida en sus
labios, sonrió.
-
Creo que son unos
idiotas… ¿Pueden seguir así toda la vida?- ese comentario sarcástico los
ofendió tanto, que uno de ellos volvió a enderezar la silla y la desató,
mascullando palabras incoherentes para la joven.
-
Ahora hablarás,
maldita cómica- escupió el hombre, levantándola con un sólo brazo para llevarla
hasta una mesa y recostarla allí…
Cuando llegó a
ese punto del recuerdo, la muchacha rompió en llanto. Su valor se resquebrajó
como pintura seca que se desconcha de un techo. Ya no podía mantenerse serena,
metódica, indeleble… se derrumbó en esa cama blanca gimiendo dolorosamente.
Acarició sus piernas invadidas de hematomas, las juntó con rabia, detestando
como muchas otras veces el ser mujer… ser una maldita mujer frágil. Apretó su
mandíbula aporreada repudiando la primitiva forma de dominar que tenía el
hombre. Imponiendo fuerza, obligando, golpeando, ¿Dónde habían quedado las
discusiones, la comunicación, las palabras? ¿Por qué para ellos una embestida
sin permiso podía más que un argumento bien fundado?
Fue entonces,
cuando, atormentada por esos rostros confusos, vio a Mirka llegar corriendo
para encerrarla entre sus brazos. La muchacha se entregó a su caricia, pensando
en lo mucho que la había extrañado, a ella y a las demás luchadoras de su
grupo. La recién llegada trató con todas sus fuerzas de no llorar. La acunó
sobre su pecho al igual que una niña para mecerla levemente en silencio… en
total y completo silencio.
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