Necesito verte, por
favor, ven. Te amo.
El
joven evocó ese mensaje de texto una y otra vez, una y otra vez. Era lo único
que le brindaba calma a su corazón desatado en latidos de espanto. Con sus
manos sudorosas y aferradas a los brazos de su asiento, miraba hacia la
ventanilla del avión sin ver nada en realidad. El paisaje aparecía y
desaparecía de su vista causando que varios pasajeros vomitaran debido a las
violentas nauseas. Necesito verte, por favor, ven. Te amo. Nuevamente
esas palabras hermosas acudieron en su ayuda y lo ciñeron por el pecho. Respiró
hondo tratando de poner su cabeza en orden. La imagen del rostro de ella lo
llenó por completo. El contacto de su piel tersa, la arruga traviesa en la
comisura de su boca al reír, sus cejas delineadas, sus labios inflados de
belleza… toda ella era un poema. ¿Qué había pasado para estar separados? ¿En
qué momento la habían cagado? ¿Cómo terminó él en Boston y ella en Los
Ángeles?
Turbulencia,
un viraje inesperado, las máscaras se soltaron del techo y el equipaje de mano
cayó en los pasillos incrementado aún más la angustia y el terror. Los
recuerdos del joven se interrumpieron de golpe devolviéndolo a la realidad, esa
horrible realidad. Los gritos de las mujeres y el llanto de algunos niños
pronosticaron lo peor y él se concentró en un sólo pensamiento, la última noche
que habían pasado juntos, la noche en que hicieron el amor con la cadencia de
viejos amantes, con la serenidad del amor consumado y la intensidad de quienes
sabían se estaban despidiendo. Había llorado en el hueco de su cuello mientras
la abrazaba con fuerza. Suspiró ajustando su cinturón, miró a través del
cristal y entre los cercanos edificios de lo que parecía ser Nueva York, cerró
sus ojos. También te amo, murmuró poco antes del estropicio.
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