viernes, 20 de agosto de 2010
Como amor perdido para mis oídos
Primero comenzó a sonar la base suave, pausada y presagiosa. Sentí en el pecho el vuelo impredecible de las mariposas. Cerré por un instante los ojos para no distraer mis oídos con imágenes. Entre la parsimonia, la melodía del piano dejó caer sus notas gota a gota. No pude pensar en nada más que en los recuerdos de amor que invadieron mi cabeza ni evitar los martillazos de mi corazón contra mis costillas. La música aumentaba en sus compases, el volumen subía y subía al pasar de los segundos. Tocó el turno de la guitarra eléctrica, sumándose en su rasgueo puro, auténtico. Tenía la fuerza y honestidad de ese lenguaje que ni ella ni yo jamás entendimos. La luz de los focos me aumentaba el calor, me quemaba la mirada. Podía pronosticar la humedad de mi cabello, de mis ojos, y nuevos fragmentos de una vida que imaginé feliz me atestaron. El golpeteo de la batería me estremeció. A pesar de esperarlo me tomó por sorpresa. Tenía que estar atento a mi entrada, no podía perderme. A mis espadas, los tambores salaban mis heridas y conté los tiempos como los años que pasaron sin volver a verla. Acerqué más mi instrumento al cuerpo y me armé como un soldado saliendo de la trinchera. Preparé el arco, lo posé sobre las cuerdas gruesas de mi violonchelo y rasgué fuertemente. Me dejé llevar por el dolor que tocaba en mi lugar. Mis dedos paseaban por el mástil de madera ordenadamente, en total discrepancia con mi mente que era un maldito caos. A los pocos segundos, los platillos estallaron en su armonía gloriosa. Su entrada fue elegante pero devastadora. Mientras tocaba, su sonido en cada acorde me debilitaba al punto de sentir el arco temblar en mi mano. Seguí tocando. Rasgué con rabia, con resentimiento, con odio, con pasión, hasta que el último compás nos hizo detenernos y sentir de nuevo la parsimonia del piano y finalmente la base suave… fue allí donde la vi, entre el público que nos escuchaba tocar esa noche. El llanto en sus ojos me dio a entender que había sentido lo mismo que yo al oírme y verme tocar. Me puse de pie junto a la banda, nos aplaudieron y el telón rojo cayó frente a nosotros. Supe que ésa había sido nuestra despedida nunca antes dicha.
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