Aquella tarde, las palabras se mudaban fuera de mi
mente en fila india y las veía montarlo todo en un camión de resignación.
Divertida y a la vez asustada, me dediqué a observar su abandono con una mano
en el mentón. Me preguntaba el por qué, pero lo tenía más que claro… las había
descuidado. Me escudo tras la rutina y el reloj reclamando su avance como quien
pelea inútilmente contra el viento. Encendí un cigarro para volverme el
estereotipo adecuado y sonreí irónica porque era un rompimiento que no estaba
dispuesta a aceptar.
Caminé por cada rincón de mi cabeza y se asomaban débiles los vestigios de mi vida en pareja con las letras. Cuando nos reíamos, cuando pasábamos noches enteras contándonos historias, cuando homenajeamos a un amigo, cuando escribimos sobre ese abuelo o cuando creábamos cuentos cortos para emborracharnos. Cientos de momentos que me llevaron a viajar lejos y me puse a llorar, una lluvia que por cierto arruinó el día de mudanza y las palabras detuvieron su éxodo. Corrí como loca escaleras abajo y agarré sus maletas para evitar que se largaran. No, no estaba dispuesta a vivir bajo un techo sin las letras que lo convierten en hogar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario