Con ya seis vidas gastadas, sigo sintiendo por las noches los mismos
deseos de jugar con aquella enorme bola de estambre sobre mi cabeza. Ya no
corro por los tejados como antes pero aún percibo el invierno cuando viene en
camino gracias al frío diferente en mis patas.
He amado mucho, he odiado otro tanto, como a esa gente hedionda a malas intenciones o a los perros que por su soberbia me han costado un par de vidas. En ésta me ha ido relativamente bien, he comido y bebido cuando lo necesito, he recibo caricias algunas veces pero prefiero mantener las manos humanas lejos de mí. Desde las alturas puedo verlo todo y sé que la desconfianza es lo más seguro que nos queda más allá del hambre.
He amado mucho, he odiado otro tanto, como a esa gente hedionda a malas intenciones o a los perros que por su soberbia me han costado un par de vidas. En ésta me ha ido relativamente bien, he comido y bebido cuando lo necesito, he recibo caricias algunas veces pero prefiero mantener las manos humanas lejos de mí. Desde las alturas puedo verlo todo y sé que la desconfianza es lo más seguro que nos queda más allá del hambre.
Soy un
gato viejo, me duele la espalda al saltar y para qué decir al aterrizar, sin
embargo, por las noches me siento una pantera. Ágil y poderoso. La frescura de
la brisa me enciende los instintos, mi oído se agudiza, la penumbra me oculta
de ojos perversos y soy libre imaginando que puedo atravesar el mundo en sólo
tres zancadas. La bola de estambre gigante siempre me acompaña en esas
aventuras, hoy especialmente más que nunca y me dedico a mirarla ideando la
forma de llegar a ella. Me pregunto si alguien más querrá hacerlo, porque no
hay nada mejor que sentirse dueño de algo tan hermoso, sentirse un rey aunque
te echen a escobazos, ser amado aunque en realidad en la quinta vida dejaron de
hacerlo. Merezco esa bola de estambre y algún día jugaré con ella porque es
mía.
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