Los
ánimos estaban caldeados en la época de los ochenta. Habían pasado siete años
desde el Golpe Militar en Chile y con los cuatro militares representando a las
fuerzas armadas del país al mando, todo estaba sumido en la confusión, el miedo
y la incertidumbre. Así mismo lo recordaba Leandro, como todo un escenario de
desconfianza. En su segundo y último año de Servicio Militar Obligatorio, el
joven de veinte años había vivido lo duro del entrenamiento consciente de que
el motivo era la tensión que se respiraba en el ambiente. Sonaban fuerte los
rumores de un alzamiento popular, guerrilleros entrenados en Cuba, de una
guerra civil que abriría más la herida que aún sangraba desde el 11 de
septiembre. Leandro trataba de no pensar en ello para no volverse paranoico
como muchos de sus compañeros- quienes veían traidores a la patria por todas
partes- él sólo deseaba enfocarse en su futuro y en dar orgullo a su familia
vistiendo uniforme. Ambicionaba hacer una carrera dentro y gozar de la
seguridad que brindaba ser parte del ejército. Sin embargo, sus planes tan bien
trazados y priorizados, se verían en riesgo sin siquiera imaginarlo.
Aquella
tarde, después de cuatro meses de reclutamiento, recibirían la visita de sus
familias experimentando las ansias de un niño a la salida de la escuela.
Leandro sabía que su novia iría a verlo por lo que trató de verse lo mejor
posible a pesar de su mal corte de cabello. Estaba particularmente de un
excelente ánimo.
-¿Quién
viene a verte hoy?- le preguntó Joaquín, su mejor amigo dentro del regimiento.
-Claudia,
me escribió para confirmar la semana pasada. ¿Y a ti?
-Viene
Alejandra y mi hermana mayor- contestó el aludido, sonriendo. Leandro asintió,
al fin conocería a la novia de Joaquín luego de varias semanas en que no paraba
de hablar de ella. Le palmoteó la espalda con cariño al ver el brillo en sus
ojos.
Leandro
y Joaquín se hicieron amigos con cierta dificultad. Ambos de carácter fuerte, les
gustaban las cosas a su manera y no había cabida para ninguna otra opción. Testarudos
y competitivos, no tardaban en fastidiarse a la menor provocación. Lentamente y al pasar de los meses, luego de peleas y mediciones
de fuerza en los entrenamientos, fueron encontrando en el otro un apoyo
honesto, un hermano entre compañeros, y la amistad en circunstancias como
aquellas significaba un valor mucho más alto para ellos. Era reconfortante saber
que en el caso de estar frente a una batalla cuidarían su espalda mutuamente. Leandro estaba
seguro de recibir una bala por Joaquín y de que Joaquín recibiría una por él,
sin lugar a dudas. Sus caminos estaban cruzados irremediablemente y el destino
se habría de encargar de fundirlos todavía más.
El
horario de visitas era restringido. Luego de días reclutados, todos los
conscriptos estaban impacientes por ver a su gente. Algunos se mostraban mucho
más delgados, con la piel quemada por el sol y machetazos en el cuero cabelludo
debido a la mala afeitada en la barbería del regimiento. Leandro se preguntaba
si las madres reconocerían a sus hijos entre esos pollos rostizados y si
querrían devolverse a casa sin ellos. De seguro habría más de algún desmayo o
llanto descontrolado en las despedidas. Se abrieron las puertas y un grupo
numeroso de personas rodeó al escuadrón que los esperaban en perfecta
formación. Una vez que recibieron la orden del sargento, rompieron filas y los
abrazos no se hicieron esperar. Leandro caminó junto a Joaquín entre el tumulto
buscando el rostro de Claudia. Sus ojos claros podría encontrarlos hasta en una
habitación oscura.
De pronto,
como un vendaval de aire fresco y perfumado, una figura abrazó a Joaquín a su
lado con tanta fuerza que casi lo tumba de espaldas. Leandro sonrió con gusto,
ahí estaba la chica por la cual su amigo moría en cada recuerdo, en cada
conversación en las noches de guardia. Iba a dejarlos solos cuando Joaquín lo
toma por el hombro para retenerlo.
-Leandro,
te presento a Alejandra- dijo el muchacho, orgulloso y feliz.
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