Aceleré, lo atropellé y sentí el peso de su
cuerpo pasar por el techo del auto. Me importó un carajo, como a él le importa
un carajo muchas cosas. Seguí mi camino rumbo a mi casa sin detenerme porque el
sueño por fin me había gobernado y necesitaba dormir. Es muy cierto lo que
dicen sobre ese insomnio molesto que aparece con las cuentas pendientes. Te muerde
la nuca, te sopla en los oídos y te pica la piel. Ese infeliz se me había
escapado dos veces y no por destreza suya sino que por descuidos míos. Tenía el
oportunismo impecable de una rata y los ojos pequeños y negros que movía de un
lado para otro cuando estaba nervioso. Ahora no los moverá para ninguna otra
parte que no sea al mismísimo infierno. Ya estaba cansada de ese tipo, un loco
que confundía a mi amiga con su saco de descargos y por más que la ayudaba a
deshacerse de él se le enredaba alrededor como una asquerosa telaraña. La ley
me ataba las manos, mi placa era un pedazo de metal con un No puedes hacer nada escrito en él, sin embargo una persona común y
corriente sí, por eso la dejé guardada, arrendé un auto con identificación
falsa y salí a darle caza. Si no lo maté, espero que viva bueno para nada.
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2 comentarios:
Andrómeda, es un relato vengativo y terrible. Tu prosa es rotunda, artista.
Un saludo
JM
Muchas gracias, JuanMa.
Me da mucho gusto que hayas vuelto al mundo bloguero. Un abrazo grande.
(en el post siguiente te agradecí y se repitió una infinidad de veces)
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