Lo único que quería en la vida era escribir. Si bien siempre
fui un joven ocupado en miles de tareas tanto en las actividades socialistas de
mi familia como en mis estudios en la universidad, no podía pensar en nada más
que en contar historias y darles vida a diversos personajes, realidad o
ficción, me daba igual. Muchas veces discutí con mi padre sobre esto, él no
consideraba que mi dedicación a la escritura tuviera futuro alguno. Quería que
tuviera los pies bien puestos sobre la tierra y no anduviera por las nubes como
un pajarillo.
-Vienen tiempos de terror, Karl. Tenemos que estar atentos,
despiertos ante cualquier acontecimiento- me dijo una noche, mientras cenábamos
a la luz de las velas.
Era el año 1933 y pertenecer al pueblo judío en Berlín estaba
siendo calificado como un crimen. Mi padre no lo decía pero veía el miedo en
sus ojos castaños, era como si una película blanquecina enturbiara su brillo
tan conocido. Mi madre también había perdido un poco de su jovialidad. Varias
de sus amigas la habían excluido y con la llegada de las leyes antisemitas debíamos
pasar muchos malos ratos sin poder decir nada, sólo agachar la cabeza y seguir
adelante.
El número de judíos en mi universidad bajó dramáticamente en
el mes de abril. Gracias a mis buenas calificaciones y mis aportes en las
actividades extra programáticas pude quedarme, pero siempre limitado a
diferencia del resto de mis compañeros. Cuando se supo de mi origen judío, mis
amigos también se alejaron de mí mientras que otros me hacían la vida imposible
como los idiotas de Dietrich y Laurenz, quienes pasaban el día burlándose o
agrediéndome de alguna manera. Emil fue el único que se mantuvo a mi lado. Era
un chico amable y conversábamos mucho de regreso a nuestras casas.
-¿No tienes miedo de lo que pueda ocurrir? El ambiente en
Berlín está demasiado tenso- me comentó con cierta prudencia en su tono de voz.
-Sí, claro que lo tengo. En mi casa se juega a los valientes
pero soy el único que no siente vergüenza al decirlo.
Se convirtió en mi mejor amigo en poco tiempo. A él le conté
de mi sueño de convertirme en escritor y de todas las historias que tenía
reunidas en un manuscrito de casi mil páginas. Pensaba publicarlas y exponer al
mundo la realidad de Alemania, las injusticias, las experiencias de muchos de
mi pueblo que estaban siendo subyugados por un delito que no existía. Sabía que
sería difícil pero debía intentarlo. Emil, por su lado, me escuchaba casi
siempre en silencio, como sopesando las palabras sin interrumpirme.
Los días pasaron como una procesión de noticias
desesperanzadoras, mi madre escuchaba la radio con las manos entrelazadas y
lágrimas en los ojos, esperando quizás buenas noticias cuando sabía que todo iría
de mal en peor. Mi padre, por otro lado, seguía atendiendo su negocio de carpintería
y coordinando reuniones socialistas las cuales lo ponían cada vez en mayor peligro.
Yo dejé de asistir a ellas por estar escribiendo en mi habitación por las
noches. Con mis dedos manchados de tinta, me perdía en mis letras por horas hasta que mi madre me llamaba a comer.
El 10 de mayo de aquel mismo año, fue un día asqueroso en la
historia alemana. Esa tarde, yo me quedé hasta después de la jornada de
estudios para leer un poco en la biblioteca de la universidad. Buscando refugio
de los hostigamientos de Dietrich, Laurenz y varios otros, me senté en una mesa
recóndita y solitaria con un libro del poeta judío Heinrich Heine en mis manos.
De pronto, al caer el sol tras el horizonte, una gran batahola se elevó desde
las afueras del inmueble. Quité mi vista de la lectura un momento para percatarme
de que varios uniformados de las organizaciones nazi habían entrado a la
biblioteca pateando las enormes puertas como quien no teme a ninguna represalia.
-¡Fuego a los libros judíos!- gritaban como perros rabiosos.
Me escondí tras una columna aferrándome a mi mochila y la
novela que presionaba inconscientemente contra el pecho. Por fortuna, la
penumbra de esa hora me abrigó de sus miradas malintencionadas y mientras
arrancaban de sus anaqueles las novelas que alguna vez leí y aprecié, entre los
uniformados reconocí a algunos de mis compañeros de clase unidos en esa nefasta
labor. Apreté los dientes con impotencia y retrocedí cuidadosamente de no ser
advertido por ninguno de ellos. Al salir del edificio, caminé a tropezones
sintiendo en el aire el aroma de la ceniza. Humo espeso cubría el azul añil de
la noche y pude adivinar lo que estaba ocurriendo. Corrí sin saber cómo fui
capaz de mover los pies hasta llegar a la Opernplatz.
En el centro de la plaza, para mi horror, una alta colina de libros ardía
en llamas. Mucha gente alrededor reía a destajo, celebraba y lanzaba más textos
para alimentar esa pira sinsentido. Quise huir, girar sobre mis talones y salir
corriendo lejos de allí pero no podía moverme de la impresión, el calor que
irradiaba era de infierno y el viento elevaba algunas hojas chamuscadas por los
aires. Al otro lado de la hoguera, mi mirada se cruzó inesperadamente con la de
Emil, quien se vio sorprendido de verme ahí. Vestía de ropa alusiva al
movimiento nazi y se me secó la boca sin saber cómo mierda reaccionar.
A tropezones me alejé de la algarabía sabiendo que me
seguían. Escuchaba botas duras contra el asfalto a mis espaldas y a poco de
llegar a una esquina, un empujón me hizo caer de bruces. El golpe al
estrellarme contra el piso me quitó el aliento. Unas manos fuertes me voltearon
para escupirme en la cara. ¿Huyendo como
la rata que eres?, escuché de quien me había acostumbrado a escuchar
agravios. Los ojos de Dietrich eran dos hoyos insondables de odio y rechazo,
cosa que me extrañó sobremanera porque nunca le había hecho nada para semejante
desprecio. Laurenz me quitó mi mochila y mi angustia se alojó en el centro de
mi pecho.
-Emil nos contó que escribías- dijo ese mequetrefe, tomando
mi manuscrito desde el interior. Siempre lo traía conmigo. Grave error. Me puse
de pie en seco y traté de arrebatárselo como un desesperado. Otro tipo de mi
clase me sostuvo por los brazos firmemente para detenerme.
3 comentarios:
Por desgracia, en cada rincón del mundo hay un libro perseguido, un escritor apaleado y un soñador pisoteado, pero por cada uno de ellos hay una voz irrompible que dirá la verdad, aunque tarde.
Un regreso fabuloso, Andrómeda.
Un saludo
JM
Sigue escribirndo amigo, No importa lo que te suceda. Siempre habra un momento, un dolor, una aventura que contar. Gracias por compartir.
JuanMa,
Tal como dices, todavía existe inspiración censurada o prohibida. Existirá el día en que eso deje de ocurrir y que haya real libertad de expresión?
Gracias por pasar a leerme ;)
Jackie,
Tienes mucha razón, no hay que renunciar jamás. No hay que permitir que trunquen nuestros sueños debido a la envidia y la intolerancia.
Un abrazo grande y gracias por visitarme.
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