La
joven no podía ver ciertas fotografías, apartaba la mirada como si la imagen le
quemara la piel de la cara y le magullara el alma. Su piel comenzó a ponerse
dura y grisácea, una parodia de arcilla maleable que va acorde con la
desesperanza. Sentía su corazón desnivelado, creyendo que toda la sangre se
agolpaba de un sólo lado y veía el mundo de un ángulo raro. Definitivamente le
faltaba algo, una sonrisa, un descanso, un puto rato de no andar saltando entre
historias antiguas. Ya no quería estar pendiente, no quería estar esperando que
sucediera lo increíble cuando lo increíble estaba en sus manos. Ya no quería indagar
ni repasar una y otra vez el camino andado, el mal paso estaba ahí, ya lo había
dado y ahora qué. Para romper la pesada costra que le confinaba su libertad sólo
debía olvidar y dejar ir.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Cuando se nos condena a recordar, estamos perdidos. El olvido no es mala terapia (aunque no siempre, que luego se escapan los culpables).
Muy lírico, en la línea que tan bien manejas.
Un saludo
JM
A veces es muy dificil olvidar. Se logra creo yo cuando entendemos que todo lo pasado es experiencia para el futuro.
Publicar un comentario