Francisco
y yo surcábamos los cielos como dos aves rapaces. Él pasaba por mi lado
realizando alguna maniobra temeraria y presuntuosa, y por mi parte hacía lo
mismo y en lo posible mucho mejor porque no aguantaba que me venciera en las
alturas. Ambos nos autodenominábamos los mejores pilotos de la Fuerza Aérea y
vivíamos en constante competencia. Las nubes obesas de Punta Arenas siempre
amenazaban con lluvia, pero desde la cabina de mi avión parecían algodones
inofensivos que invitaban a atravesarlas. Siempre me gustó volar luego de las
cinco de la tarde. El sol se escurría hacia el horizonte y sus últimos rayos
refulgían testarudos atravesando el vidrio de mi cabina.
-Ya
estás con tus atardeceres mamones- escuchaba a Francisco burlarse por el radio.
Él me conocía como nadie. Podía
observarme sólo unos segundos para adivinar qué significaba el gesto que dibujaba
en mi cara y darme justo en la herida. Bueno, yo también lo conocía muy bien. Creo que esa fue una de las cosas que me hicieron amarlo, saberlo
como la palma de mi mano y que al mismo tiempo me sorprendiera tanto. Sí, me
enamoré de él y aun luchando contra ese perturbador sentimiento, aun tratando
de extirparlo para ponerlo bajo un microscopio y analizarlo, lo negué hasta
estallar en llanto entre sus mismos brazos. Francisco me sostuvo, serio, con su
ceño fruncido y manos seguras. Recuerdo que me abandoné como un niño creyendo
que se desprendía la carne de mis huesos, y lo único que daba vueltas en mi
cabeza era el rostro de mis padres llegando a marearme.
-Gabriel,
mírame…- me pidió y yo, con mi rostro mojado en lágrimas, hice el mayor
esfuerzo de mi vida por obedecerlo- Todo está bien, tranquilo.- susurró, y
sumergidos en una tensa pausa me besó con cierta timidez, Mi pecho pudo explotar
en ese mismo momento porque sentía mis pulmones y mi corazón tan gigantescos que
no cabían entre mis costillas. No recuerdo muy bien lo que sucedió después, ni
siquiera recuerdo por cuánto tiempo nos besamos, quizás fue sólo un segundo, un
roce. Francisco me contó después que lo empujé con fuerza alejándolo de mí y
eché a correr calle abajo como un desquiciado.
Las
cosas se complicaron, nuestra relación de compañeros se complicó, lo sé, pero
no podía estar lejos de él por más que lo intentara. Dejé de llamarlo debido a
la vergüenza y al miedo, lo evitaba en los pasillos de la Base, cambié horarios
y rutinas pero nada de eso sirvió. Comencé a necesitarlo como al aire. Fingir
ante todo el mundo que sólo éramos colegas resultó ser una tortura que tuvimos
que aprender a manejar, porque Francisco también cayó en ese pozo confuso.
Éramos los intachables dentro de la cuarta Brigada Área y que todos se
enteraran de nuestra relación, fuera de lo estrictamente profesional, sería el
fin de nuestras carreras. Era cosa de ver las noticias y la reacción de ciertas
instituciones al descubrir a sus subordinados en actos indecorosos para sus
valores morales.
-Miren a esos huevones…- reclamaba mi superior hacia la
televisión una tarde- ¿Cómo es posible que manchen así su uniforme?- en las
noticias, pasaban el reportaje de unos miembros del ejército descubiertos en su
condición sexual. Los comentarios continuaron.
-Esos
maricones no tienen vergüenza- dijo uno
que reconocí de la otra escuadra. Sonreí irónicamente ante su descaro. Él
hablando de maricones cuando todos
sabían que cagaba a su mujer con otra. Me mordí la lengua para no lanzar algún
improperio. Francisco estaba cerca de mí con los brazos cruzados contra el
pecho. Serio. Noté su mirada fija en mí pero evité volverme hacia él o me
vendría abajo.
-¿Qué
te parece esta mierda, Martínez? ¡Hasta qué punto hemos llegado!- me preguntó
otro compañero. Yo sentí que la garganta se me secó de un chasquido. Traté de
verme lo más tranquilo e indiferente ante su mirada expectante aunque bajo mi uniforme
de vuelo, sudaba como un cerdo. El miedo me superó.
-Deberían
echarlos cagando a todos- dije por caer bien y poco después de callar, el
sonido de la puerta cerrándose a mis espaldas me advirtió que Francisco había
salido. Me excusé con alguna mentira, salí de la oficina y fui tras él sin
encontrarlo en lo inmediato. No supe qué miedo fue peor, el ser descubierto o
el perderlo. Cuando lo vi, a mitad de camino hacia el estacionamiento, lo
detuve del brazo. Francisco se zafó de mi mano con brusquedad.
-¿”Deberían
echarlos cagando a todos”? ¿Es una broma?
-No
supe qué responder…
-¡Si
no sabes qué decir, entonces cierra el hocico!- refutó y me empujó provocando
que con mi espalda golpeara otro auto cercano. La alarma lanzó un breve sonido.
Siguió caminando hasta llegar a su vehículo introduciendo la llave en el seguro
para abrirlo.
-¿Y
qué esperabas que dijera? ¿Ah? ¿Que los apoyo cuando tú mismo escuchaste que
hasta el jefe no los tolera? ¡Se hubiera provocado una discusión desagradable…!
- Francisco me miraba con ojos agudos como estiletes, sentí que me había perforado
la cabeza. Dejó la puerta abierta y se acercó un par de pasos hacia mí.
-¿Qué
esperaba que dijeras? Te recuerdo, Gabriel, que te enamoraste de un huevón, de
mí… esperaba que dijeras cualquier cosa menos esa mierda.- habiendo dicho eso,
giró sobre sus talones, abordó el auto y se fue sin que pudiera articular una
sola palabra para detenerlo.
Luego
de esa discusión, nuestra primera discusión después del primer beso, porque
antes de eso discutíamos por todo, fui hasta su departamento con la cabeza
revuelta y el corazón dolorido. Golpeé dos veces la puerta y al abrir nos
quedamos mirando sin decirnos nada. No sé qué cara de culo habría tenido o qué
ojos enrojecidos llevaba en mis cuencas, porque Francisco a los pocos segundos
me instó a acercarme a él y me abrazó fuerte, ahí mismo en el umbral. Nos
recostamos en su sofá y me acariciaba el cabello sintiendo que también
acariciaba mis pensamientos. Juro que para mí cada roce que proviniera de él era
capaz de sanarme hasta las quemaduras en la piel.
2 comentarios:
¿No será que las medallas y el uniforme manchan los sentimientos? Una vez me llamaron "maricón", y lo que me dolió no fue eso, que no me hiere, sino que quien me lo llamó sabía que yo no era gay y solo quería insultar.
Un beso, Andrómeda
JM
Hola JuanMa,
Muchos confunden los epítetos debido a la discriminación y la ciega forma de juzgar a las personas.
Hay que seguir al corazón, de eso se trata la felicidad.
Un beso.
Publicar un comentario