Mientras muevo la
fotografía en el líquido revelador mi mente viaja hasta tu rostro estrellándome
en sus detalles. Caigo irremediablemente en los abismos de tus facciones y el
recuerdo tridimensional de tu boca me detiene la sangre. Fue por tu sonrisa que
empecé a ver el mundo a través de una lente. Fue tu sonrisa la que me distrajo
de todo paisaje y pensar que los colores ya no son suficientes. Me convertí en
una trapecista de tus labios sin red de seguridad, una extraviada en la
blancura de tus dientes quedando encandilada, cegada en ese resplandor de ángel
caído. La comisura de tus labios guarda mis tentaciones bajo llave, cuando se
elevan, empequeñecen tus ojos y encumbran mi anhelo de aferrarme a ellos como
un naufrago.
Recordé la vida
corriendo tranquila esa tarde en el litoral central, donde las gaviotas dejaban
que las lamidas del mar le extendieran la cena al tiempo que la vela gigante
del sol se apagaba en el horizonte. El cielo estaba rasgado de cicatrices
sangrantes y el sonido del oleaje parecían sollozos. Mi cámara colgaba de mi
cuello y aburrida de retratar manoseados ocasos, buscaba una inspiración mayor,
algo diferente. Reía con mis amigos de panza en la arena, fumando y dejando que
el humo se salara con la brisa permanente. En uno de los celulares sonaba la
guitarra eléctrica de una banda que me gustaba y tarareé un par de líneas
cuando por la orilla de la playa apareciste tú. Ibas con tu perro, soltaste su
correa y éste fue directo al agua a espantar a las aves. Sonreíste y fue ahí
donde la arena para mí se volvió espuma. Manejada por una fuerza superior llevé
mi cámara al rostro y te enfoqué a
distancia. Me viste, noté el rubor en tus mejillas y miles de mariposas en
llamas revolotearon en mis entrañas. Valiente, me puse de pie y fui a encararte,
a reclamarte con qué derecho habías tocado así mi corazón y por qué mierda
tenías la sonrisa más bella que había visto. Esa tarde tomé mi más perfecta
fotografía y ahora, con tus brazos rodeándome la cintura y tu respiración en mi
cuello, no me canso de fotografiarte ni de preguntarte lo mismo.
1 comentario:
Una trapecista de tus labios sin red de seguridad... Hay que tener mucha sensibilidad para imaginarlo y, más aún, para retransmitirlo con palabras. Un saludo
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