Sólo
tenía empacados su cepillo de dientes y un par de jeans en esa maleta de
ilusiones. Con su guitarra colgando de su hombro, la joven dio un último
vistazo a su departamento tipo estudio antes de dejarlo. Sólo dos años vivió
allí pero sintió que había pasado la mitad de su existencia en él y una
sensación de nostalgia le mordió el pecho. Miró hacia uno de sus muros
sonriendo de medio lado. Semi desnudo, todavía tenía pegadas algunas
fotografías que había tomado tanto de la ciudad como de su gente, sus amigos,
su familia, esa persona especial. No quiso retirarlas, representaban una
fracción de su alma y como migajas de pan las dejó para encontrar el camino de
regreso.
El taxi
tardó muy poco hasta el aeropuerto. La joven descendió del vehículo y respiró
hondo la mezcla de aire puro y contaminado. Una ligera lágrima se derramó por
su mejilla. Sintió pena al recordar que un Adiós quedó pendiente, que un Adiós
quedó enredado en unos labios amados y un Cuídate murió entre brazos ausentes;
pero nada qué hacer. No todos amaban de la misma manera. Alzó el mentón,
distribuyó mejor el peso de sus decisiones y casi empujando su cuerpo cruzó la
mampara de vidrio hacia la sala de embarque.
Recordó
los momentos amargos, los llantos vertidos y sus cantos sin emoción como una
forma de fustigarse y seguir avanzando. Tenía que largarse, tenía que mandarse a
sí misma lejos y reencontrar las raíces de su esencia sin irse por las ramas. Debía
apretar los dientes y mientras dejar sus objetos de metal en el canasto para
cruzar el registro de rutina. Sin problema alguno, recibió sus pertenencias de
vuelta, cogió su guitarra desde la huincha y se dispuso a caminar cuando
escuchó su nombre a sus espaldas. Era él, aquella persona que dejó prendida en
el muro semidesnudo de su departamento. Verlo allí la llevó a fruncir el
entrecejo. ¿Había algo más por decir? ¿Había más dolor que infringir? ¿Quedaba
algún golpe escondido bajo su manga?
-¡No
te vayas! ¡Te amo!- gritó él sorteando la seguridad con más torpeza que
destreza. Sin embargo, al cruzar el umbral sonó una bulliciosa alarma y los
guardias lo detuvieron a viva fuerza frenando su intención. La joven al ver la
escena, sonrió con ironía.
-Ya
ves. Un corazón duro y frío como el tuyo suele sonar en el detector de metales-
dijo, impasible, y siguió su camino ignorando las promesas vacías de una voz
sin identidad para ella.
2 comentarios:
Me gusta la imagen de la alarma sonando y la calma con la que ella se va. Voy a husmear en tu blog con tu permiso.
un saludo
Juan M
Muchas gracias, JuanMa,
Vi que comentaste también en mi otro blog, lo tengo algo abandonado, pronto volveré por ahí.
Te mando un abrazo y tienes todo mi permiso para explorar por las calles de este lugar lleno de desvaríos.
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