Ese roce tan inconfundible que toca la piel de los adoloridos, puede conseguir tal agudeza que sólo un susurro será de pronto un grito para los oídos. Un eterno barullo es ese contacto casi irreal que trae consigo los recuerdos de mil momentos compartidos. Nadie sabe de dolor hasta que se aprende, como caminar, leer, escribir… por lo tanto, nadie queda analfabeto una vez se han reconocido las palabras y nadie queda indiferente al dolor una vez se ha consumido.
¿Quién no ha caminado por el sendero de los pasos mudos, de las voces ahogadas, de los llantos copiosos? ¿Quién no ha reconocido nombres picados en piedra lisa y coronados por un manto de flores esperanzadas? ¿Quién no ha maldecido por perder y sufrido por amar?... A aquellos escribo hoy, a los que han condimentado la vida con sus quebrantos e instaurado una nueva religión con sus reproches… a aquellos que han aprendido a sentirse en compañía de la ausencia, elocuentes en pláticas imaginarias, y vehementes en abrazos ya inexistentes.
Navegar hacia lo incierto siempre provoca ver el horizonte más lejano que nunca, el cielo colmado de inflados nubarrones y el viento furioso, alzando olas de metros y metros por sobre la estatura. Se teme, se desconfía. El dolor es como ese paraje intimidante que azota tu embarcación como un castigo, se aprieta el timón con las manos frías y sólo queda recordarse que es una tormenta a lo largo del trayecto. No obstante, entre lluvia y brisa violenta, únicamente se consigue visualizar los rostros de los que ya no están para mantener la cordura y oír sus voces como el encanto embriagador de las sirenas en alta mar. No hay mejor chaleco salvavidas que una vida en compañía.
A aquellos escribo hoy, a los marineros de océanos tormentosos, que sortearon rosarios de islas y flanqueado roqueríos de un sufrimiento sin brújulas ni sextantes… le escribo a aquellos que llevan sus frases sin decir como letras de fuego al pecho y a los que lo dijeron todo sintiéndose vulnerables con el corazón abierto… le escribo al que llora, al que extraña, al que desea sólo un minuto más para abrazar y luego arrepentirse de no haber pedido dos, tres o cien quizás…