miércoles, 22 de abril de 2009

Otoño perdido





¿Qué ha pasado con el viento fresco que me peinaba el cabello? ¿Qué ha sucedido con esa lluvia seca de hojas marchitas y amarillentas? ¿Alguien olvidó apagar el sol y recargar de agua las nubes? ¿Alguien no está haciendo bien su trabajo?... Cientos de interrogantes y ninguna respuesta llegaba a mi mente. Caminaba por las calles de Santiago en busca del otoño que tanto adoro sin hallarlo. Sólo calor, sólo cielo desteñido con vestigios de contaminación me coronaba la cabeza y seguía sin entender. Me sentía fuera de lugar, me sentía extraída de mi hábitat natural para vivir en Marte, rodeada de llanura y volcanes.

Cuando se ha nacido en una estación determinada la piel grita lamidas de ella una vez cada año. La mía está sedienta, triste y confundida. Maldito calor que fustigas sin clemencia… ¿Quién se habrá robado el otoño? ¿Habrá sido el Grinch al que temen los niños las noches de navidad? ¿Habrá encontrado otro tesoro en su oficio?... Sigo arrastrando los pies por la ciudad, observando todo a mi alrededor. Sonreí con amargura cuando me dije que la respuesta a tantas preguntas las tenía frente a mis narices y no las veía. El urbanismo celoso había estirado su mantel de asfalto sobre varios espacios de verde color y derribado árboles con lo implacable de su paso; era lógico… ¿Cómo podría respirar la tierra? ¿Cómo podría clamar al cielo un poco de lluvia si le han tapado la boca con kilos y kilos de cemento? Se me apretó el corazón al comprender que ya no había marcha atrás… una estación menos y contando, después sólo habrá verano…

lunes, 6 de abril de 2009

6 de abril




Dedicada a mi mejor amiga Claudia en el día de su cumpleaños





Las hojas cambian de color de una forma distinta este día. Sólo hay que recordar que es 6 de abril para que incluso la gente alrededor sonría más intensamente. Muchas veces me lo pregunté antes de responderme. No entendía el dorado especial con el cual se vestía el sol e iniciaba la mañana, no entendía el aroma singular del rocío en la hierba ni las partículas de agua que me lavaban el rostro al salir temprano de casa. Siempre el 6 de abril llegaba con algo mágico, algo indescriptible volando en el aire como pura fantasía. La contestación a mi inquietud sobre su belleza no llegaría sino hasta conocer a quien le pertenece esta fecha: una princesa de cuentos de gran gallardía colgada al cuello. Aquella princesa es real, tan tangible como la arena, tan impulsiva como el mar. Ella es mi amiga, mi heroína, mi rescate y rescatada, mi valiente y asustada.




El 6 de abril todo el bosque está de fiesta. Las brujas dejan sus calderos para salir sobre sus escobas en pleno vuelo, los magos decoran el cielo con la gloria colorida de sus hechizos, las hadas aparecen entre las flores y cubren todo de plata al agitar sus alas, y los revoltosos duendes abandonan sus refugios celebrando a esta princesa inmortal sin verdadera edad. Aplaudo la música del flautista que vino a verla, enamorado, le aplaudo sus intentos por maravillarla mientras que ella sentada bajo un árbol, ríe melodiosamente antes de soplar sus años del pastel adornado. La princesa pide un deseo y yo pido mil más a su favor. Me agradece con esa humildad imposible y yo, como leal servidora, tomo mi guitarra para cantarle una canción o tal vez dos. Sí, el 6 de abril todo el bosque está de fiesta.

viernes, 3 de abril de 2009

Cuando te pienso, te siento… cuando te siento, te extraño


La lluvia resbala por el cristal de mi ventana y me obsequia miles de lágrimas.
Tanto he llorado que el otoño acudió a mi llamado y me releva en llanto.
Hoy es un buen día para recordar, sobre todo cuando el cielo se viste de plata,
cuando el viento se alza y las hojas secas se revuelcan alocadas.
Me recuerda a ti. Me transporta a esas tardes entrañables en donde me hablabas y yo escuchaba. Porque sí, te escuchaba, masticaba cada palabra tuya y te respondía con la misma energía. ¡Cuántas veces reímos desbordando libertad y alegría!
Creo que sabes que te pienso, que te siento, que te extraño;
pero como un ciego entre colores no sabes ni cómo ni cuánto lo hago.

Afuera sigue lloviendo, me encanta ese sonido muy parecido al aplauso... ¿Recuerdas cuando lo celebrábamos sin la distancia como obstáculo?, ¿Recuerdas cuando vibrábamos con cada trueno y relámpago?... Ahora cada primera lluvia la disfruto, la venero, la siento igual que besos en el cuerpo.
Salgo de mi casa bebiendo algo fuerte para despertar la nostalgia, rebusco en mis bolsillos el cigarrillo sobreviviente de los cientos que fumé pero pequeñas gotas reposan en el tabaco humedeciéndolo con desdén.
Lo sé, no debería fumar.

jueves, 2 de abril de 2009

El Nuevo Sistema de Locomoción Colectiva


Dedicado a toda la esforzada clase media




Santiago, 10 de febrero del 2007
04:30 am

La madrugada fría de un verano algo extraño atravesaba el suéter de Cristóbal, un hombre de cincuenta años quien recorría las desiertas calles de su localidad oyendo el piar de las aves. El silencio era total y su impotencia absoluta luego de ver en el noticiero matutino el desorden de un nuevo sistema de locomoción colectiva. Ese silencio no era buena señal. Su piel se erizó convencido de ser presa fácil para los delincuentes, como también saber que aún le faltaban diez cuadras para llegar al nuevo paradero. Sus pasos producían eco, su mente trabajaba en miles de pensamientos rogando a Dios llegar a tiempo a su trabajo. Ser padre de cuatro hijos, de los cuales dos iban a la universidad, no era tarea sencilla para una familia de clase media. Maldijo al gobierno con los dientes apretados, maldijo su mala suerte, a su país y gente que más que apoyarse sólo se caga entre ella… un segundo… no era el eco de sus pasos lo que oía. El golpe estridente en medio de su cabeza lo derrumbó como un tronco cortado sobre la tierra. El dolor fue inmenso, los latidos en su cerebro retumbaban igual que percusiones africanas sintiendo un extraño calor descendiendo despacio hasta su cuello. Con la vista nublaba, no supo qué lo había golpeado, pero al girar hacia su costado pudo notar un par de pies desconocidos que sin conformarse con tenerlo a su merced, lo pateó en las costillas percibiendo cómo se rompían con el impacto. Definitivamente, Cristóbal llegaría tarde a su trabajo…


05:30 am

A veces se injuriaba el hecho de ser joven y atractiva. No había peor cosa que sentir una mano ajena tanteando como invidente por recodos privados sin poder hacer más que fruncir el ceño y soltar palabrotas en defensa. Entre toda esa aglomeración, Javiera buscaba la forma de poder subirse a ese autobús de nuevo recorrido sin poder conseguirlo. Las paradas estaban atestadas de gente disgustada que miraba sus relojes con odio y a la vez con marcado fastidio. El sol aún tardaba en salir por la cordillera, era como si se avergonzara de iluminar semejante caos ocultándose lo más que pudiese. La joven terminó por desistir alejándose del autobús para dejar pasar a los insistentes. Algunos, sumidos a la desesperación de no retrasarse el doble, pateaban las puertas traseras exigiendo la subida por la parte posterior. El conductor del vehículo no se daba ni por aludido. Giraba el volante, presionaba el pedal y aceleraba ensuciando el hastío de todos. Javiera no hacía más que menear la cabeza agradeciendo al gobierno por esa complicación aditiva a una vida ya intrincada, donde aquel país olvidado por la justicia era manejado por el que tiene el mejor automóvil y el mejor traje de diseñador italiano.
Con la vista perdida observaba cómo algunos se aprovechaban del pánico y robaban a personas tan esforzadas que cada peso era en realidad una gota de sudor. Mujeres con bebés tratando de acaparar un espacio, mujeres ancianas sin energías y mujeres embarazadas que sólo le hicieron recordar a su mejor amiga, quien de seguro estaba teniendo el mismo problema que ella…


7:00 am

No tener el vientre notorio sí que era una desventaja. Con sólo tres meses de gestación muchos no le creían que esperaba familia y esa mañana no fue la excepción. En el interior del subterráneo, la idea de: “comparte tu maldito metro cuadrado” le causaba una risa amarga. La humanidad se estaba agotando junto con el sueldo de los obreros haciendo que el traqueteo del vagón excitara a los madrugadores pervertidos. El certero golpe de un codo en su vientre le hizo perder los colores del rostro. Un mareo desvirtuó su visión, parecía ser que nadie se daba cuenta de su desesperación y el miedo que recorrió su espina dorsal le congeló hasta la punta de los pies.
No podía doblarse en dos por el poco espacio que la rodeaba, no podía salir porque estaba atrapada en ese mar de personas furiosas y detener el carro era algo absurdo. “Vamos, Ana… tranquila”, se decía en una letanía armonizada por sus respiraciones profundas. De pronto, una mano traviesa rebuscaba en su bolso algo de valor que justificara el hecho de levantarse temprano a delinquir. La muchacha no había reparado en eso por la preocupación de ese dolor en su vientre. Aquella mano paseó con propiedad en el interior hasta hallar el móvil de cien mil pesos que Ana aún estaba pagando en las cómodas cuotas que se transan con alguna casa comercial…


7:15 am

Atravesar ese sitio árido empolvaba sus zapatos escolares impecablemente lustrados por su madre y realmente no le importó. Tenía el presentimiento que alguien la seguía recordando fastidiada que aún le faltaban cuatro cuadras para tomar el nuevo autobús rumbo a la escuela. La intuición le gritaba al oído que no se detuviera, que corriera más rápido pero no fue suficiente. Unas manos fuertes la cogieron de los brazos empujándola a un lado del camino. La chica de dieciséis años cayó con todo el peso de su cuerpo sobre unos pastizales secos, el terror reemplazó la sangre en sus venas y su corazón palpitaba estrepitosamente al ver que un cuerpo desconocido reposaba sobre ella, jadeando como perro cachondo, hurgando en ella al igual que un ladrón de medianoche. Luchó de forma instintiva, moviendo sus brazos y piernas para defenderse pero aquellas manos eran más gruesas, más decididas. En su mejilla podía sentir la barba sucia de días sin afeitar, el aliento a alcohol y cigarrillo de ese tipo resoplando en su oído, murmurando las palabras más asquerosas que en su vida hubiese oído. El hombre rasgó sus bragas sin compasión abriéndose paso con la cadera ruda y rompió su virginidad salpicándose de sangre. La arcada que se generó en la garganta de la niña con el primer empuje dentro de ella, quedó para siempre marcada en el alma más allá del par de bofetadas que recibió por pedir una ayuda inexistente…


8:00 am

Uno de los tres celulares que había extraído de las carteras vecinas estaba vibrando en su bolsillo. No quiso responderlo pero notó que era de esa chica que inhalaba tocando su vientre. Se giró y advirtió que se trataba de un mensaje: “Ve a la Posta Central… se trata de tu hermana”. El joven delincuente enarcó una ceja y le importó un carajo. La victima de su atraco se había bajado hacía un par de estaciones atrás, por lo tanto se excusó con ese ridículo pretexto. Caminó entre los pasajeros dificultosamente estudiando con sus ojos entrenados cada joya, reloj y billetera que pudiera robar con sus dedos de seda. No había mejor negocio que todo lo que estaba ocurriendo en Santiago. Esos autobuses colmados de gente y ahora también el Metro, se convirtieron en un plato servido caliente y delicioso. Pudo reconocer a los que compartían su nefasto oficio haciéndose señas cómplices en un lenguaje deshonesto. Ya nadie protegía a nadie así que la libertad se colgaba de sus cuellos resguardándolos impunemente. El ladrón descendió del vagón cerca de la Universidad de Chile para llegar a casa y contar su motín con tranquilidad.
Encendió su televisión sonriendo por una mañana provechosa, oyendo la petición del Ministro de Transporte a los ciudadanos de tener paciencia, de que todo mejoraría, que el cambio era bueno y que la ciudad avanzaba como la gran metrópolis que aspiraban todos. Él rió de buena gana destapando una cerveza. Nuevamente el celular de esa chica vibró. Un nuevo mensaje había llegado y leyó, entretenido: “Apresúrate, Ana, por favor”.
- Lo siento, pero Ana no llegará muy pronto- bromeó sorbiendo un trago desde la lata…


9:00 am

Lágrimas impotentes salían desde sus ojos dulces al ver a su pequeña en esa camilla, golpeada, violada, despojada de su inocencia con una facilidad atemorizante. En su blusa blanca se veían las gotas de sangre que el corte en su labio había provocado. Ese hijo de puta se preocupó de dejarla bien maltratada a pesar del daño mayor que causó entre sus piernas y mente joven. Su hija mayor aún no contestaba el celular… “¿Dónde mierda está?”, se preguntó la madre.
Ese centro asistencial estaba lleno de gente, los médicos y enfermeras no daban abasto por lo que tuvo que esperar en el pasillo junto a su niña. De pronto, divisó a Javiera, la mejor amiga de Ana, pidiendo información en el mesón. Nunca imaginó sentirse tan feliz al ver un rostro familiar entre toda esa locura. La muchacha la vio con sus ojos enrojecidos y a la pequeña Beatriz recostada en una camilla con el semblante asustado y su uniforme escolar manchado… temblaba con los puños apretados. La señora no lo pensó dos veces derrumbándose entre sus brazos jóvenes para sumirse al dolor como una criatura. Javiera tragó saliva, sorprendida. No quiso preguntar nada porque con sólo verla pudo concluir e incluso imaginarlo todo.
- No puedo ubicar a Ana.
- Y yo no obtengo respuesta sobre mi padre- dijo la joven. La señora se separó de ella para mirarla sin entender- Me enteré que lo trajeron aquí, fue asaltado y golpeado camino a su trabajo.
- Lo siento mucho.
El sonido de la única televisión de la sala de espera revelaba la voz del mismo Ministro, trajeado, impecable y sonriente, hablando del progreso y la paciencia que la población debía tener para adecuarse a un sistema que estaba recién implementándose. Luego de las declaraciones, subió a su BMW azul eléctrico que de seguro ni estacionamiento tenía que pagar.
Las imágenes de los autobuses repletos, de los protestantes quemando vehículos, los conductores atrapados en un infernal embotellamiento y el brillo de decepción en la gente, sólo las llevó a sonreír sarcásticamente. Javiera cerró sus ojos por unos segundos sintiendo un nudo atado en su pecho, sintiendo el sabor de la injusticia en su saliva y fue la delgada mano de Beatriz sobre la suya la que le brindó consuelo. La miró en su uniforme ensangrentado sin poder decirle también a ella que lo sentía demasiado.