lunes, 30 de marzo de 2009

Romper cadenas


Fragmento de la novela en costrucción "Sin héroes ni modelos"


[...] Esa voz interna que gritaba sin tregua, volvía a la chica sorda y por momentos, inútil. Era increíble cómo hasta físicamente no hacerle caso entorpecía sus movimientos. Ella no sabía qué hacer, la mutilaba el miedo, la enmudecía la incertidumbre. Tenía claro lo que quería pero los medios de cómo lograrlo era sin lugar a dudas la causa de sus insomnios. Decepcionar a quienes la rodeaban siempre prevalecía ante cualquier pensamiento o deseo. Era su mochila llena de ladrillos.


Tenía miles y miles de páginas escritas a medio terminar. Barajaba entre sus dedos posibles proyectos letrados que mantenían la herida abierta debido a sus puntos suspensivos. En cada presión de una tecla, el impulso innegable de la joven por contar historias le soplaba al oído alguna fantasía que adornara la vida e hinchara la realidad. Ella inmortalizaba todas esas ideas pero sólo eso… ¿Cómo atropellar su responsabilidad profesional para abrirse camino hacia su real vocación? De seguro sus padres no lo permitirían y fue entonces donde recordó una vieja plática al interior de su casa.


- Quiero escribir.
- ¿Piensas ganarte la vida vendiendo libros?- le preguntó su padre, con voz fría y prejuiciosa.
- ¿Acaso quieres que la pierda haciendo lo que no quiero?
- No seas exagerada.


La muchacha sonrió volviendo a lo suyo. Recluida entre las cuatro paredes de su oficina, imaginó lo que sería sentir la lluvia en el rostro y reír como una niña con esa gracia pronta y auténtica. Cuando se entraba al limitado mundo de los adultos, muchas veces se olvidaban las formas de carcajear ruidosamente. Los años seguían escurriéndose como agua en una fuente sin dar tiempo siquiera para sentir nostalgia. Sus dedos se tornaban rígidos y nebulosa la mente al confundir los recuerdos con la ficción. Parecía que las historias huían de ella de manera despavorida, abandonándola a mitad de un sendero sin claro destino. Temía ante la duda de qué sucedería si fallaba, si no era lo suficientemente buena en ese universo de vidas inventadas. ¿Habría que romper cadenas dejando de ser esclava de la desesperanza?... justo en esa pregunta, un compañero de trabajo se dirigió a ella pidiéndole un aburrido documento. Era lunes otra vez [...]

lunes, 23 de marzo de 2009

En las desconocidas... nos conocemos


Frase otorgada por mi amigo Sebastián Escobar



Mientras me hablaba de manera tan perversa y ponzoñosa, mientras me escupía esa toxina que sólo paralizaba mis movimientos como mordida por una cobra, recordaba los hermosos instantes donde ni siquiera vislumbraba la posibilidad de ser herida por sus palabras, sus miradas… sí, no puedo evitar suspirar con decepción al evocar su mirada, vacía y sin gracia. Comencé a comparar… no pude evitarlo, comparaba esos ojos insondables de pozos oscuros y aterradores, con aquella mirada amiga ante la cual me sentía segura, amada… reprimí las lágrimas sabiendo que no conocía nada de esa persona frente a mí, persona que se volvió de un momento a otro en un ser temible, inmenso. Intenté defenderme, no niego que también me entregué al instinto de lanzar los manotazos de ahogado que vienen como reflejo en la condición humana. Le ofendí bajo el mismo tono injurioso con el que estaba siendo ofendida yo y noté cómo hacían duro efecto mis respuestas. Su rostro se demacraba en cada una de mis inclemencias dándome cuenta que, durante aquella fracción de segundo, herir no me importó en lo más mínimo tampoco. Yo también me había convertido en ese ser inmenso de ojos insondables y lengua venenosa. Nos mordíamos como dos cobras.

lunes, 16 de marzo de 2009

Etapas en la vida




Fragmento de la novela en construcción "Sin héroes ni modelos"



[...] No era cobardía, tampoco falta de convicción… sólo se trataba de miedo, de miedo saludable y terapéutico que nos recuerda la importancia de las cosas y nos hace dudar antes de saltar al abismo de los cambios rotundos. Eso sentía aquella joven de sonrisa clara y mirada elocuente. En silencio, observaba su alrededor sabiendo que todo estaba tomando formas desconocidas e imprecisas como si estuviese dentro de un museo de alocadas pinturas. Era inexperta en la vida, una transeúnte en esos caminos confusos que no llevaban a nada y a la vez a todo. Estaba creciendo, madurando, demostrando a quien quisiera ver que ya no era la niña de quince años que vestía de uniforme escolar y comía golosinas en los recreos. Era una mujer, se había convertido en una persona decidida y valiente que no dejaba de blandir su espada en beneficio de sus objetivos. Sin embargo, suspiró agotada. No quería jugar a ser fuerte, no quería estrellar sus palabras tras los dientes, necesitaba liberar sus temores por medio de sus labios abiertos y llorar tranquilamente su inquietud por no cometer errores.



Ahora, sentada en la sala de su casa, fumaba despacio mirando a través de las cortinas la calurosa tarde de marzo. Estaba a la espera de una de sus amigas a quien llamó sabiendo que no le tomaría más de una hora en llegar. Necesitaba hablar con alguien. La máscara de autosuficiencia se le había caído a pedazos. Ya no estaba en condiciones de ostentar orgullo o determinación. Nunca se consideró un ejemplo para nadie, mucho menos para sus amigos… ¿Qué dirían si la vieran derrotada? ¿Habrían pasado por ese mismo tormento y ella no los había querido escuchar? ¿La escucharían a ella ahora? Como un barco a la deriva, se sentía sola, incomprendida, temerosa de fracasar y ser su peor verdugo a la hora de recriminarse. Una nueva etapa estaba acabando y se estremeció involuntariamente al recordarlo. Aquella sensación fue muy parecida a la que alguna vez sintió a poco de salir de secundaria. El vértigo de estar a orillas del precipicio la sobrecogió sin atreverse a brincar… ¿Qué mierda hacer cuando todo sigue un curso establecido y rígido? ¿Qué mierda esperar cuando la vida parece tener un guión con estricto final?... El timbre en su puerta resonó interrumpiendo sus cavilaciones. Su amiga había llegado […]

lunes, 9 de marzo de 2009

Mujeres


A la que cría y posterga su vida para impulsar otra.
A esa mujer que abandona todo por una sonrisa, un abrazo y un “te amo” que resuena potente en una voz de niño, en la voz de un hijo. Ellas, que ríen tan estruendosamente como cuando lloran, que aman tan desaforadamente como cuando desgarran con un beso y queman con la mirada.

Como esa chica, quien aún con la corriente en contra, nada como un tiburón blanco callando las bocas maliciosas. Por sus hijos da la vida, por ellos no contamina ni discrimina. La veo en su danza ancestral de madre y aprendo a sonreír. Ella ha crecido, ha amado y odiado, perdido y ganado.

O esa otra joven, quien se aferra a sus decisiones tan fijamente como un tatuaje. Aquella, tan valiente y segura, restriega en la cara de todos su vientre abultado tras su vestido de novia blanco. Dijo sus votos con la voz segura y se fotografió sin la necesidad de esconder el estómago. Se sintió liberada.

A la que trabaja y no deja de demostrar su capacidad por nada.
Esa mujer luchadora que se despierta primero y se acuesta al último. Aquella que revisa cerraduras, prepara la comida y desea las “buenas noches” en su entonación cantarina. Ellas, que trabajan con tanto esfuerzo como cuando se empeñan en revivir un lindo recuerdo.

Existe esa mujer que rinde por docenas y se valora por mucho menos, que aún sin carrera ni estudios, puede sostener su hogar con el fruto de su desvelo. En sus manos delgadas soporta el peso de su techo, como al mismo tiempo en su espalda reposan las rabias y los miedos. Ella, puede hacer posible el hechizo imposible de convertir en seis los cinco ceros de su sueldo.


A la que odia y amenaza al cielo con su furia de tormenta.
Para esa mujer, quien empuña sus manos y frunce el ceño. Aquella que vence inhibiciones y lanza maldiciones sin importarle el papel de dama, el recato de doncella. Cuando el carácter prevalece por sobre la tolerancia, el conjunto de emociones que brota desde su interior es capaz de encender de nuevo un extinguido infierno.

Está la mujer que odia la vida, esa que ahoga su lucidez a través de una botella o abandona la realidad entre hierbas y pastillas. Cómo olvidar la que no desea latir sino que huir y juega con armas sobre la piel, con metal sobre la carne… la que quiere cruzar el límite para no volver, la que desafía a Dios y a la ley riendo de su propia insolencia.

Como esa temeraria, quien tiraba del gatillo hacia su boca jugando ruleta rusa, anhelando un final, necesitando un escape… ya no le importaba. O aquella, la golpeada, la que exhibía un pómulo amoratado por la calle como señal nefasta de un amor sin amor. Marcas dolorosas, cicatrices horribles pero no tan hirientes ni sangrantes como las que flagelaban el alma y el corazón. Mujeres maltratadas por esos hombres que sin decirlo, no hacen más que sólo envidiarlas.

Todas ellas, tan valientes como complejas, son- sin lugar a dudas- las rosas de acero de un jardín inmenso.

jueves, 5 de marzo de 2009

Claustrofobia



Rodeada de gente plástica, sin un ápice de interés ni respeto por el día que se despliega por la ventana, me siento encerrada en un cubo de vidrio donde grito y nadie me oye, me muestro y nadie me ve. Me río de mí misma al darme cuenta que mientras hablo sólo quiero callar y escribir, callar y escribir… pero no escribir esos informes cuadrados ni estructurados, sino que escribir a mis anchas, inventar, soñar, evocar tiempos felices, porque estoy segura de que los tuve alguna vez.



La sangre se me ha vuelto de tinta, inevitablemente. No puedo parar de idear una siguiente historia al tiempo que, sentada en la mesa de reuniones, me hablan de actualidad, problemas y soluciones evaluadas con calculadora. El tedio de mierda me cierra los ojos como el molesto letargo de un sereno. Divago entre los vericuetos de mi mente echándome a volar, aprovechando al igual que una niña traviesa estos valiosos segundos de receso como si saltara en charcos de agua, jugara con hojas secas y riera con el cosquilleo de la brisa próxima del otoño… no… ya no puedo dilatarlo más… esos segundos se han terminado, acaba de llegar la chica de los cafés y ahora me piden que proyecte un esquema en la pizarra para seguir con el trabajo… me vuelvo a encerrar…